lunes, 2 de marzo de 2009

Recuerdos de infancia

Artículo de Opinión. José María Esguevillas Castro
Este artículo fue publicado en La Opinión de Zamora, el 13 de abril de 2003, siendo José Mª Presidente de la Junta Pro-Semana Santa. En la actualidad en él recae el cargo de Secretario General de la Cofradía del Santo Entierro.

* * * * * * *

Uno no puede olvidar aquellas Semanas Santas de nuestra infancia, allá por los años sesenta y tantos, donde la Semana de Pasión comenzaba el Domingo de Ramos, con la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén. Los niños presumíamos de estrenar algo en un día tan señalado, porque ya se sabe que "Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos". Y uno recuerda, cómo nuestra madre, entonces nos compraba unos modestos calcetines que lucían su blancura en nuestras piernas de pantalón corto.
No puedo olvidar la llegada de la Semana Santa donde las emisoras de radio sonaban con música sacra, los niños jugaban con las carracas y las calles por donde iba a pasar la procesión con los balcones de sus casas engalanados con sábanas blancas y la imagen del Corazón de Jesús. No olvido la Semana Santa de mi pueblo, en la que el Jueves Santo iba con mi padre (don Agustín, aquel maestro de las escuelas de Santa Clara) a recorrer todas las estaciones por aquellas iglesias como eran Santa María, San Nicolás, San Andrés, Renueva, Convento de las Bernardas, etc. Recuerdo que aquellos cofrades del Santo Entierro esperaban fuera de la iglesia, en fila de dos con los alcaldes caballeros y presidente al final de las filas presidiendo el cortejo, esperando a que su cofradía hermana de la Santa Vera Cruz saliera de la iglesia para poder entrar a rezar sus estaciones con un gran respeto y humildad.
Recuerdo la procesión del Viernes Santo, llamada por aquel entonces del Santo Entierro, y no "magna", donde los cofrades del Santo Entierro eran escasos y las filas estaban formadas por unos ciudadanos cantando el "Perdona a tu pueblo" y un miserere popular, bajando por mi calle, la de Zamora, donde me impresionaba aquel paso del Calvario portado por la raza gitana. Y detrás de él, con farolillos en sus manos, vestidos todos de negro, todo un pueblo gitano, y cerrando el cortejo un gran sacerdote llamado don Eustaquio, que me impresionaba. Continuaba la procesión por la calle de Cervantes, hasta General Mola, esquina con Correos, donde bajaba hacia la ermita de la Soledad.
Recuerdo la procesión de Resurrección. Yo esperaba en la puerta de la iglesia de San Nicolás, próxima a mi casa, de donde salía el Resucitado, y veía como venían por la calle de la Rúa, una urna de cristales sin Cristo llena de guirnaldas y cintas portadas por los niños de las parroquias y detrás de ella la imagen de las Angustias, toda de negro, camino de la Plaza Mayor. La plaza abarrotada de público como si algo muy importante fuera a suceder allí. Y ya lo creo que era importante, era la resurrección de todos los cristianos, y no terminaba con ello, sino que desde los balcones del Ayuntamiento se daba el sermón del Aleluya, y nunca mejor dicho. ¡Qué sermón era para los niños que nos encontrábamos allí!. Hasta que de nuevo comenzaba la procesión camino de la ermita de la Soledad. Me refrescan mi memoria y se advierte que el tiempo no hace mella en la sangre.
Es esta una sensación que sólo experimentan quienes tiene el alma cubierta de nostalgia. Es igual cada año; cada Semana Santa es el mismo escozor, el mismo anhelo de volver a sentir el aire limpio que levantan los trajes nazarenos; de encontrar las miradas suplicantes de la madre afligida que va en pos de ese hijo camino del Calvario.
Ahora es otro momento. La realidad, acaso no parezca con la celebración de esta Semana de Pasión.
Mi Semana Santa es conservar todo aquello que heredamos de nuestros mayores, conservar nuestras tradiciones, restaurar nuestra imaginería y dar a conocer el sentir de un pueblo fuera de nuestros límites. Pero no os alarméis si os digo que de nada servirán estos pasos si no nos hicieran pensar que nunca Jesús fue tan real. Que nunca su mensaje de amor ha sido repetido por tantos discípulos y nunca su Resurrección ha tenido tanto sentido. Mi preocupación es el instante, el agobio, el temor al fracaso, el esfuerzo por ser reconocido en esta sociedad que nos devora. Y dejo la piel en el empeño. Es mi cruz, pienso, y puede que que sea cierto, que la cruz sea, al final, un símbolo por el que todos somos redimidos y en el que de alguna manera hacemos entrega de nuestros actos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me han gustado los recuerdos y las reflexiones aportadas por D. Jose Mª Esguevillas, alguien que creo siempre ha tenido las ideas muy claras y que supo en su dia, desde su puesto de Presidente de la Junta de Cofradías, recuperar tradiciones y proyectar hacia el futuro a la Semana Santa Benaventana.

Además, en el terreno personal, siempre le agradeceré el hecho de que fue con él con quién me surgió la oportunidad de participar en las procesiones Benaventanas, una ilusión acariciada desde niño.