LEOVIGILDO MARTIN VILLAR
Una vida de servicio a la comunidad (1962-2017)
Cuando la persona comienza su vida profesional, laboral o vocacional es como el cuaderno en blanco entregado al pequeño infante para que aprenda a escribir; las primeras hojas son trazos inseguros, con algún que otro borrón que, en un intento de enmendar, estropeamos más; pero a medida que pasamos hojas vamos dando forma a nuestra letra hasta hacerla compresible para nosotros y para los demás.
A medida que avanzamos en la carrera de nuestra vida vamos quemando etapas y años, pero esto es un proceso regenerador de formación y fortaleza para alcanzar la meta propuesta; hasta que el reloj de la vida y la autoridad marcan el final de la carrera, la llegada a la meta, la entrega del relevo.
Este camino de formación, de vocación, de pastoral y servicio a sus semejantes es el que ha recorrido D. Leovigildo Martin Villar hasta hace unos días párroco de Santa María de Azogue en Benavente.
D. Gildo (como es conocido por los feligreses) nació en Villaveza, pequeño pueblo de la Merindad de Valverde (división territorial del viejo Condado, hoy comarca de Benavente) en abril de 1937; hijo de un miembro de “La Benemérita”; a temprana edad siente la vocación que marcara toda su vida y a la que se entregara en cuerpo y alma. A punto de cumplir los trece años ingresó en el seminario de San Atilano de Zamora, donde permaneció dos años hasta pasar en 1952 (año de su fundación) al de San Luis y San Victoriano en la ciudad de Toro (nombre dado en reconocimiento y gratitud a sus benefactores, D. Luis Villachica y su hija Dª. Victoriana Villachica). Fue ordenado sacerdote, cuando cumplía 25 años, el 7 de abril de 1962, siendo obispo de la Diócesis de Zamora D. Eduardo Martínez González. Su primer destino será como coadjutor en la parroquia del popular barrio zamorano de San Frontis, de aquí pasó como párroco al pueblo de San Esteban del Molar.
Después de estas dos experiencias pastorales, la urbana de Zamora y la rural de San Esteban, fue trasladado en 1972 (diez años después de su ordenación) a Benavente como regente de la señorial parroquia de Santa María; dos años después, en 1974 es nombrado párroco titular, tomando el relevo de su predecesor D. Eustaquio de la Puente Gómez que lo había sido desde 1943 y ultimo Vicario de San Millán. Con la desaparición de la Vicaria de San Millán a mediados del s. XX (1954) se rompe el vínculo eclesiástico de Benavente con la Diócesis de Oviedo para pertenecer a la de Zamora.
Desde su llegada a la ciudad dos fueron sus objetivos y a los que se ha entregado a lo largo de estos años sin escatimar esfuerzos: realizar y realizarse en el apostolado para el cual se había formado como pastor de almas; y el otro, más material, pero no exento de dificultades, mantener y conservar el templo que iba a ser cobijo de su labor. Si el primero requiere dedicación y atención a los feligreses como comunidad cristiana, el segundo no va a ser menos.
Hombre entregado a su vocación, claro y preciso; si bien desde la imperfección de la naturaleza humana, también ha tenido detractores; pero en la certeza que la decisión que tomaba era el resultado de una reflexión y pensando en el bien común.
En el campo pastoral ha mantenido, adaptándolos a los tiempos, devociones y novenarios como es el de la patrona de la ciudad, La Virgen de la Vega, “La Veguilla”.
Ha sido capellán de la Hermandad de Labradores y Ganaderos y otras entidades sindicales; de las cofradías Santo Entierro y Jesús Nazareno; de la Junta Pro-semana Santa de la ciudad. Es miembro del Patronato de la Fundación del Hospital de la Piedad.
Esta labor pastoral también ha tenido su proyección con los más jóvenes, como organizador de varios campamentos de verano en el Lago de Sanabria.
Su labor material se refleja en ese templo del s. XII-XIII, emblema representativo de la arquitectura de la antigua villa, orgullo hoy del Benavente ciudad; admirado por los de casa y por los de fuera; obra que han captado los objetivos de cámaras de cine y televisión; numerosas personas han querido tener como testigo de sus celebraciones (bodas, bautizos, comuniones) la historia de esta iglesia.
A lo largo de estos años numerosas son las obras de conservación y restauración que D. Gildo ha impulsado en este templo que goza de protección al estar declarado Bien de Interés Cultural. Cubiertas, capillas, sacristía, bóvedas, crucero, presbiterio, cuadros e imágenes por pequeñas que sean, han pasado por las manos de expertos restauradores; sin olvidarnos de la sustitución de la calefacción, la iluminación y los bancos.
Pacientemente ha ido recuperando, recopilando e inventariando piezas procedentes de antiguos monasterios de la ciudad, de donaciones de destacadas familias o compradas por la parroquia a lo largo del tiempo, hasta forman un verdadero museo.
Nunca se ha trabajado e intervenido tanto y sobre tanto, desde la profunda restauración realizada por D. Alejandro Ferrat que terminó con la declaración de Monumento Nacional en 1931.
En este camino ha contado con la colaboración de un buen número de feligreses que con sus aportaciones económicas o donaciones han hecho realidad estas obras; y por supuesto con la inestimable ayuda de las administraciones por medio de subvenciones y el apoyo de sus profesionales y técnico.
Si esos milenarios sillares del rey Fernando II de León, esas capillas del Nazareno o del Cristo Marino, esas yeserías de la capilla condal hoy sacristía, esas imágenes pétreas de La Anunciación con la Virgen y el Arcángel Gabriel sobre los pilares del arco triunfal, ese órgano restaurado en 1985, esas bóvedas o ese reciente Jesús Resucitado del altar mayor, expresión de vida, obra de Ricardo Flecha Barrio; si todo esto tuviera el don humano de la palabra, solo una pronunciarían -Gracias-. Si las hábiles manos del artista creador le dieron forma, el empeño y tesón de este abnegado y humilde cura han restañado las heridas del tiempo para devolverlas a su estado original.
Esta innumerable actividad no se quedó entre los muros de este representativo templo, obra suya, fue también, la capilla en el benaventano barrio de San Isidro.
Reconocer a D. Gildo como Prelado de Honor, seria reconocer su desinteresada y altruista labor. Orgullosas y agradecidas tienen que estar las instituciones, tanto civiles como religiosas, de tener entre sus miembros personas como este sacerdote.
Don Gildo seguirá gozando de la consideración de sus feligreses como hasta ahora y compañeros y amigos sabrán prestarle la atención y el apoyo necesarios para afrontar esta nueva etapa de la vida.
Id al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda la creación.
San Marcos 16, 15
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Tres instantáneas de su paso por el Seminario de Toro; cuando la semilla era abundante.
Un joven Leovigildo junto con otros compañeros en 1952.
Año de la inauguración del Seminario de Toro.
Año de la inauguración del Seminario de Toro.
Seminario de Toro, febrero de 1954.
1961, un año antes de su ordenación. Junto al obispo D. Eduardo Martínez González y otros compañeros, en el cursillo de preparación que hacían aquellos muchachos que querían ingresar en el Seminario.
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