La Semana Santa de Benavente

Texto: Juan Carlos de la Mata Guerra

Fotos:
Francisco José Rebordinos Hernando
Plumillas de Tomás Viforcos
Paso a Paso: Láminas en nuestra web donde consta el autor.

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ALFA

Un año más se acercan los días en que conmemoramos la Pasión del Señor, unas fechas de cultos y procesiones. Detrás de estas celebraciones existe todo un cúmulo de tradiciones y sentimientos.


Cada año contemplamos en las procesiones los distintos momentos por los que pasó Jesús en aquel interminable itinerario de dolor. Todo está preparado en estos días para revivir una vez más la que sin duda “La historia más grande jamás contada”, mientras la primavera como agazapada, palpita en los campos esperando la menor ocasión para estallar.

LA VIEJA ERMITA

La Ermita de la Soledad alberga la mayor parte del patrimonio escultórico de la Semana Santa de Benavente. El escudo franciscano que ostenta en la fachada nos indica su vinculación con el desaparecido Convento que dicha orden religiosa tuvo en Benavente. Fueron precisamente los franciscanos los impulsores y propagadores del culto a la Pasión del Señor. La Ermita ha tenido una larga historia, siendo construida por la cofradía de la Cruz, al tener que abandonar su antiguo y primitivo emplazamiento en el solar hoy ocupado por el Hospital de la Piedad a comienzos del siglo XVI. La capilla originaria y casa de esta cofradía, que recibía el nombre de Capilla o Ermita de Santa Cruz, hubo pues de ser demolida para construir el citado Hospital en 1516 bajo el patronazgo de los condes de Benavente. En compensación se establecieron diversos foros o rentas que la Cofradía hubo de percibir durante muchos años. Hasta comienzos del presente siglo aquella antiquísima capilla continuó dando nombre a la Calle: Calle de Santa Cruz. De esta forma la cofradía se traslada a un nuevo emplazamiento fuera de los muros de la villa, concretamente frente a una de sus puertas. En esta nueva ermita funda capellanía colativa en 1527 Don Francisco Suárez, vecino de la villa, quien dota a la misma de importantes rentas para su sostenimiento.


Hacia 1679 se efectúan importantes obras en la ermita, trasladándose temporalmente las imágenes al vecino convento de San Francisco. Se celebran fiestas de acción de gracias al retornar la cofradía a su casa. Es a finales de este siglo cuando pasa a denominarse Ermita de la Soledad. Durante la guerra de la Independencia fue ocupada como muchos edificios religiosos de la villa por las tropas napoleónicas, quienes destruyeron según recoge Don Pascual Madoz en su obra: “las bellísimas imágenes que poseía”. En el siglo XIX fue acondicionado el edificio en varias ocasiones como Hospital o albergue de apestados, como consecuencia de las epidemias de cólera morbo que castigaron a la comarca. En 1918, el edificio sufre un nuevo siniestro, al inundarse por efecto de una gran tormenta, causando todo ello grandes desperfectos en las imágenes y mobiliarios. A comienzos de la década de los noventa del pasado siglo se realizaron en la misma importantes obras de reacondicionamiento.

La Ermita de la Soledad es un edificio que merece ser conservado, pues junto con la torre del caracol y el Hospital de la Piedad es prácticamente el único edificio que resta en Benavente del siglo XVI.

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LA SEMANA SANTA PASO A PASO

La imaginería de la Semana Santa de Benavente es un tanto ecléctica, pues corresponde a épocas, estilos y calidades diferentes. Es un patrimonio que se ha ido acumulando durante siglos y que merece ser conservado en las mejores condiciones y aumentado si cabe. Ciertamente no son imágenes de primera línea, pero tienen sin duda mérito artístico. Algunas son anónimas en su autoría, otras fueron ejecutadas por escultores y tallistas de prestigio, las hay también que son obra de artesanos y entalladores locales, que pusieron en sus gubias la mejor de sus voluntades. Son con todo dignas representaciones de los cuadros y escenas de la Pasión del Señor, pero son sobre todo imágenes señeras de nuestra Semana Santa. En su mayor parte se guardan en la Ermita de la Soledad, desde donde salen y a donde retornan la mayoría de las procesiones. Algunas de ellas tienen su capilla en los templos benaventanos, donde son objeto de especial veneración durante todo el año, por ser en estos casos tradicionales imágenes de devoción.

Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, La Borriquilla”
Ermita de la Soledad.
Procesión del Domingo de Ramos.

“He aquí a tu rey, que viene a ti manso y montado sobre un asno”

La imagen de Jesús en la borriquita viene a suponer el cuadro inicial del “Gran Drama”. Se trata de una obra de las denominadas de “taller”. Data de mediados del siglo XX, y hay que situarla en el contexto de un intento por ampliar y renovar la imaginería local mediante la adquisición de algunas imágenes de serie. Se trata de una imagen ahuecada para aligerar pesos y elaborada con materiales ligeros para aliviar cargas. Con ello se conseguía además de mayor ligereza para la mejor movilidad de las imágenes, mayor rapidez en la ejecución de los encargos y menor coste, precisamente en una etapa caracterizada por las limitaciones y dificultades económicas de la posguerra. Corresponde a una iconografía modernizante, a tono con una estética muy al gusto de la época y que idealiza la figura de Jesús.

En lo que respecta a la figura de Cristo, esta se atiene a los cánones del naturalismo contemporáneo, en contraste con los rasgos del animal de carga que apenas figuran esbozados. Hay una cierta idealización de la figura de Jesús, quien en actitud serena levanta la mano en ademán de bendición y saludo, mientras que con la otra sostiene la palma, símbolo de triunfo pero también de martirio. Se busca la sensación de movimiento en el tratamiento y caída de los ropajes, hinchando mantos y túnica y acentuando los pliegues.

La Oración del Huerto
Ermita de la Soledad.
Procesión de la Santa Vera Cruz. Jueves Santo.

“Se le apareció un ángel del cielo, que le confortaba. Lleno de angustia oraba con más insistencia; y sudó como gruesas gotas de sangre”

La imagen de la Oración del Huerto es obra del escultor valenciano Pío Mollar. Data de 1930. Responde a la tradicional iconografía de Jesús arrodillado acompañado del ángel confortador. Condensa la escena la agonía de Getsemaní: “Triste está mi alma hasta la muerte”. Representa el conjunto a Jesús con las manos extendidas en actitud de serena entrega; como cordero que va a ser inmolado. Mientras el ángel manifiesta un gesto de lejanía apuntando con su mano al infinito.

El grupo se sitúa en la tradición de la escuela levantina marcada por imagineros como Salzillo o Benlliure, cuyas directrices formales y estéticas sirvieron de modelo a tantos continuadores. Denotan las tallas, la gracia, luminosidad y placidez que caracteriza a los imagineros de aquella escuela, con lenguaje y plástica escultórica diferentes a los de la escuela castellana. Hay todo un gesto narrativo en la figura de Jesús, quien alza el rostro expresando a la vez angustia y resignación. Se ha esmerado el cuidado del rostro, procurando una carnación brillante con matices cárdenos. Destaca el conjunto por el logrado tratamiento de las ropas, tanto por su colorido suave y armónico, como por el detallismo de las túnicas que en absoluto resultan plúmbeas. Presentan éstas motivos decorativos, imitando el bordado en oro, con temas alusivos a la Pasión (el cáliz de amargura en el pecho de Jesús y la cruz en el del ángel). Hay detalles muy logrados, como el cíngulo del ángel o el cuidado de las manos. Resuelve en definitiva el escultor la escena, sin acudir a la fácil gesticulación melodramática, aquellas horas de oración y desventura.

Nuestro Señor Flagelado
Parroquia de Santa María del Carmen de Renueva
Procesión del Silencio. Miércoles Santo.

“Ya le llevan, ya le traen,
por la calle de la amargura
atado de pies y manos
amarrado a la columna”

La imagen de Jesús flagelado es obra del escultor benaventano José Luís Alonso Coomonte. Data de 1954. En la tradición del realismo clásico recoge el intenso dramatismo del momento en que el Cristo humano es azotado mostrando su indefensión. Como es característico en el tratamiento de la escena en la tradicional iconografía del “Ecce Homo”, utiliza el autor recurso del “contrapposto” para acentuar la tensión del cuerpo. Mientras una pierna avanza la otra se mantiene rígida y cargada, un hombro se levanta y el otro desciende. Este movimiento de torsión, muy pronunciado, permite la oposición de las distintas partes del cuerpo a la vez que tensiona y acentúa de las masas musculares. Con todo resulta un Cristo de gesto estoico, con mirada sincera, fuerte en su corporeidad.

Realizada por Alonso Coomonte entre 1953 y 1954, cuando el entonces novel escultor contaba con veinte años, siendo su primera obra de imaginería religiosa. Para su ejecución se empleo pino ruso, siendo vaciada y modelada ante la atenta mirada de muchos vecinos de Benavente que pudieron seguir los pasos del proceso de la obra. Anecdóticamente es de reseñar que su autor utilizó como modelo, entre otros vecinos, a un guardia civil retirado que habitaba en el barrio de la Soledad. Sirviéndose de sus propias piernas también como referente para la realización de la obra. Pese a numerosas dificultades materiales y técnicas la obra pudo ser concluida. Antonio García París pintó los ojos que fueron vidriados por el propio escultor, quien deseaba que éstos pareciesen especialmente húmedos. La obra costó la simbólica cantidad de 7500 pesetas, una cifra insignificante para tan arduo y meritorio trabajo, compensado tan sólo por el reconocimiento y afecto de sus paisanos.

La imagen parece sintetizar magníficamente las palabras premonitorias del profeta Isaías: “Varón de dolores que tomó sobre sí nuestros sufrimientos ... y fue traspasado por nuestro pecados, maltratado como cordero llevado al matadero”.

Jesús con la Cruz a cuestas Camino del Calvario
Ermita de la Soledad.
Procesión de la Santa Vera Cruz. Jueves Santo.

“Concédenos caminar siempre contigo y descubrir tu rostro en los hermanos, ayudándoles a levar también su cruz”

Imagen de armazón. Del primer tercio del siglo XIX. Atribuida a Alejandro Gamallo. Representa a Cristo en actitud de caminar y cargado con la cruz. Se le representa algo inclinado, mientras que con las manos mantiene asida la cruz. Se trata de una de las imágenes llamadas de armazón de carpintería que tanto se utilizaron para la imaginería barroca. Se trabajan las partes visibles de la imagen, completándolas con otras postizas. Acusa el rostro de Jesús agotamiento, reforzando este efecto con la mirada baja y la boca entre abierta. Presenta una actitud diferente al Nazareno de la iglesia de Santa María que aparece con la cabeza más erguida como buscando a La Madre, en este caso Cristo portando la cruz aparece en actitud de marcha, próxima la cabeza al madero, como caminando hacia el más alto de los sacrificios.

La Verónica
Ermita de la Soledad.
Procesión del Santo Entierro. Viernes Santo.

 La vi como la imagen que en leve sueño pasa, como el rayo de luz tenue y difuso que entre tinieblas pasa”

Obra contemporánea de 1952. Es una imagen de las llamadas de vestidor. Representa el estereotipo habitual en el tratamiento de este personaje apócrifo, es decir portando el paño con la Santa Faz. La Verónica sola en actitud de marcha muestra el rostro estampado de Jesús. Hay cierto envaramiento en la figura, si bien el rostro sugiere lozanía. Aunque no se trata de una representación central en el relato evangélico de la Pasión, su presencia es simbólica; quizá para acentuar los dolores de Cristo. La tradición ha incorporado su efigie al repertorio iconográfico de las procesiones de Semana Santa. La imagen se procesiona sobre unas andas que proceden de la cofradía sacramental de Renueva, del año 1922. Viste túnica morada, el color litúrgico de la Pasión.

Nuestro Padre Jesús Nazareno
Capilla de Jesús de Santa María del Azogue.
Procesión del Encuentro. Viernes Santo.

“Si quieres venir en pos de mi, niégate a ti mismo, coge tu cruz y sígueme”

Imagen del siglo XVIII, de autor anónimo. Aunque aparentemente se puede pensar que es una de las imágenes llamadas de armazón o vestidor, se trata en realidad de una meritoria talla completa. De ella recogió D. Pascual Madoz en su célebre diccionario histórico publicado en 1845: “De escultura admirable, se encuentra en la Capilla de Jesús, esculpido con tal perfección que parece tenga vida”. Representa la imagen de Cristo portando la cruz y en actitud de marcha hacia el más alto y generoso de los sacrificios.

Es un Nazareno que no aparece agobiado por el peso de la cruz. Una cruz que es aquí simbólica, de reducidas dimensiones, rematada con cantoneras y pomos plateados. No es tampoco un Nazareno asido a la cruz, sino que sus manos tienen espacio y movilidad con respecto a ésta. El gusto por vestir las imágenes con túnicas bordadas y el empleo de elementos postizos como el cabello, oculta en parte la calidad escultórica de la talla en aras del efectismo barroco. Con todo la imagen transmite gran hondura en el rostro, un rostro sudoroso, de ojos inflamados y mejillas inflamadas que delatan agotamiento. Todo ello responde a más bien a las directrices propias de la escuela andaluza en la que es frecuente una cierta orientalización del rostro de Cristo en contraste con el realismo castellano. Recientemente esta obra ha sido restaurada por el escultor zamorano Donelis Almeida.

Nuestra Señora de los Dolores
Capilla de Jesús de Santa María del Azogue.
Procesión del Encuentro. Viernes Santo.

Corazón atravesado por la espada.
Lágrimas de angustia suprema.
¡No hay dolor como el de la Madre!
¡No hay dolor como el de María!

Autor Pío Mollar. Realizada hacia 1925. Perteneció originalmente a los Sres. Bobillo Romero, quienes la adquirieron e incorporaron a la Semana Santa de Benavente. Imagen de las llamadas de vestidor o candelero, de finísima elegancia y gesto de dolor contenido. Representa a la Madre portando en su mano la corona de espinas y el paño de lágrimas. El escultor valenciano supo imprimir a sus imágenes un gesto de dolor delicado. Hay en ella como un andar callado en sufrimiento. La imagen transmite humanidad y dulcificación en la expresión resignada de íntimo dolor.

La “Dolorosa de Bobillo”, así denominada popularmente, es una imagen de vestir. Procesiona con manto bordado en oro con motivos florales y hábito negro, cuyo tema principal es la cruz vacía con la escala del descendimiento. Un cíngulo amarillo indica la vinculación a su cofradía. Metafóricamente se puede decir que es la lágrima elevada a la plástica escultórica.

La Desnudez o Redopelo
Ermita de la Soledad.
Procesión de la Santa Vera Cruz Jueves Santo.

“Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes”

Obra del escultor Manuel Borja, maestro escultor de La Bañeza. Data de 1668. Procede de la Semana Santa de Zamora, donde procesionó durante más de doscientos años, hasta que en 1901 es retirada y sustituida por otro grupo. En 1902 es adquirida para la Semana Santa de Benavente por 2000 pesetas (de las de entonces).
Este grupo escultórico era conocido en la capital zamorana como “El Redopelo”, en alusión seguramente al vituperio o escarnio que trata de plasmar la escena (despojar de las ropas con violencia). En Benavente pasaría a ser conocida popularmente como “El judío del clavo”, en alusión al sayón que sujeta un clavo entre los dientes. El conjunto está formado por tres figuras. Era habitual que al contratar el encargo se especificase el número de personajes que debían componer el paso y las características del mismo. También se especificaba en el contrato el peso que debía de tener la obra (por término medio no debía de exceder de ocho arrobas y media, es decir unos 95 kilos). Las figuras debían de ser de un tamaño aproximado al natural y realizadas en un tipo de madera prefijada. Sabemos que para el paso de la Crucifixión que realizará el maestro Manuel Borja, se elige pino de Soria. La obra hubo de ser ejecutada en breve plazo de tiempo, lo cual se acusa en el diferente tratamiento dado a la figura de Cristo y a las de los sayones. Aparecen éstos intencionadamente grotescos, vestidos a la usanza barroca. Entendemos que esta parte del grupo sería encomendada probablemente a los oficiales y aprendices, reservando la figura central de la escena (Cristo despojado de su Sagrada Túnica) a las manos expertas del maestro Borja. Los trabajos de encarnación y pintura de las imágenes fueron confiadas al maestro dorador zamorano Toribio González. La obra satisfizo a los cofrades zamoranos que un año después encargan al mismo escultor de La Bañeza una “Crucifixión” para sus procesiones.

En la figura que representa a Cristo y para dar algo de dinamismo a la escena se acentúa el despojo violento de la túnica, empleando el habitual recurso del escorzo o torsión y buscando con ello líneas de movimiento efectistas. El rostro está tratado con esmero, como corresponde a la gubia de un imaginero avezado, si bien en repintes posteriores tanto en el dorso como en el rostro se ha abusado del bermellón. El grupo debió de incluir en origen otro motivo escultórico o tal vez ilustrativo en su composición, pues se aprecia en su mesa la huella de otro clavazón. Fijaría seguramente éste alguna representación o motivo alusivo a la escena. Era frecuente incluir en este cuadro de la Pasión un canasto con los instrumentos para la crucifixión. Así el paso que sustituyó a este de “El Redopelo” en la Semana Santa de Zamora incorpora el mencionado motivo. También era frecuente incluir en los pasos otros motivos alusivos a la Pasión, como la negación de San Pedro o los dolores de María, que se incorporaba a los pasos en forma de pequeñas imágenes como recordatorio y con el fin de reforzar los cuadros secuenciales de la Santa Tragedia.

El maestro y afamado imaginero don Ramón Álvarez debió de intervenir en la imagen de Cristo en el último tercio del siglo XIX. Por ello en particular el rostro de Jesús presenta una factura muy diferente a la de los sayones, presentando una lograda expresividad y realismo que la aproxima además a otras obras del escultor zamorano.

La obra a consecuencia de diversos retoques y repintes ocultaba en el caso de los sayones los colores originales de las vestimentas. Así el dorado típicamente barroco de la túnica del sayón que porta el flagelo, había sido enmascarado por barnices aplicados en diferentes momentos. Impedían estos apreciar la calidad y riqueza cromática de los mismos. Recientemente se han recuperado merced a la labor de limpieza y asiento efectuada por el pintor benaventano José Carlos Guerra.

Jesús de los Afligidos
Ermita de la Soledad.

“Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte.”

Imagen de las llamadas de culto o devoción, debió de pertenecer en origen a alguna de las ermitas cercanas y desaparecidas, como fueron la de La Piedad o la de San Lázaro.

Presenta elementos arcaizantes como son el vientre abultado, el alatonado de los pies del paño de pureza y la falta de expresividad en el rostro, aunque con todo trasmite cierta morbidez. Es una imagen con cierto sabor ruralizante, ejecutada seguramente por la mano de algún artesano o tallista local. Si bien en la misma se observan aportaciones góticas en la postura del cuerpo y en la inflexión de las rodillas También el hecho de que los pliegues estén sujetos por un solo clavo supone una innovación frente a los elementos retardatarios que presenta el resto de la imagen. D. Manuel Gómez Moreno, fecha su ejecución en el siglo XIV, otros autores dudan entre el XIV y el XV. Con todo pensamos que podría inscribirse al último tercio del siglo XIV.

Grupo Escultórico Recordando El Calvario
Ermita de la Soledad.
Procesión del Santo Entierro. Viernes Santo.

 “Mi corazón presintió el oprobio y la miseria, busqué quien llorase conmigo, pero no había nadie, y quien me confortase, y no encontré a ninguno: alimentaron mi hambre con hiel, y saciaron mi sed con vinagre.”

Es obra de taller que procede de los talleres El Arte Cristiano de Olot (Gerona). Fue adquirido en 1943 para la Semana Santa de Benavente.
Sobresale el grupo por su elegante sencillez en la composición y comedida expresividad en las imágenes. Resuelve la escena sin acudir a la fácil gesticulación melodramática. Representa a Cristo en la lucha final con la muerte, acompañan “cerrando paréntesis” las representaciones de la Virgen y San Juan, quienes cruzan sus miradas en un gesto de desolación. Si bien la escena intenta sintetizar en un solo cuadro todos los momentos por los que Cristo pasó en el Calvario. De hecho este grupo fue denominado inicialmente como “La Cuarta Palabra”, según reza en los programas oficiales de la época, aunque recibió provisionalmente otras denominaciones como el de “Cristo del Perdón”. Parece querer plasmar la escena muy especialmente los instantes inmediatos a aquellas palabras de suprema angustia: ¿Dios mío, Dios mío porqué me has abandonado?. Eran éstas las primeras palabras de uno de los Salmos que compuso el Rey David. A aquella frase y a aquella tristísima escena siguió un profundo silencio. Comenzaban los últimos y más terribles momentos de agonía.
Hay una gran corrección formal en el conjunto. Facciones hermosas en los acompañantes que parecen asumir el fatalismo inevitable. Hay un gesto de dolorosa serenidad en el rostro de Cristo. La policromía está en la línea de la empleada en la imaginería contemporánea. La carnación de la imagen de Cristo es más bien lívida, en contraste con los rostros y manos de las otras dos imágenes que son más oscuros. En el estofado de paños y túnicas se utilizan, siguiendo con la tradición naturalista, los colores planos y sin brillos excesivos.

Santísimo Cristo de la Salud
Parroquia de Santa María del Carmen de Renueva.
Procesión del Silencio. Miércoles Santo.

“Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo ensalzó y le dio un nombre superior a todo nombre”

Talla del siglo XVI. Autor anónimo. Es una de las imágenes llamadas de devoción. Procede en origen de la desaparecida iglesia de Santa María de Renueva.
Incorpora la talla exponentes del naturalismo gótico, con la boca abierta y el paño de pureza o perizonium anudado a uno de los lados, alternando éste los pliegues horizontales y transversales. Se aprecia una extrema delgadez del cuerpo en su conjunto, más acentuada si cabe en las extremidades inferiores, lo cual resta realismo a la imagen pero dramatiza el gesto. Ha sido restaurada en 1993 con ocasión del 50 aniversario de la Cofradía, por D. Mariano Nieto Pérez, restaurador del Centro Nacional de Escultura de Valladolid. Dicha restauración ha posibilitado la recuperación de la policromía original, ya que al tratarse de una imagen de devoción se encontraba oscurecida por el humo y lamparillas encendidas por sus fieles durante siglos. Afectó la intervención sobre todo a uno de los brazos que se hallaba seriamente deteriorado, así como al resto de las extremidades fundamentalmente. Goza la talla de un gran fervor popular, ya desde antiguo se acudía a esta imagen en rogativa en momentos de plagas y pestes.

La Piedad de la Veracruz
Ermita de la Soledad.


Data del último tercio del siglo XV. Procede en origen con probabilidad de la desaparecida Ermita de San Lázaro o del Calvario, desde donde sería trasladada a su actual emplazamiento. La talla presenta resabios medievales, imprecisión en la ejecución y aún cierta ingenuidad. Seguramente es obra de algún tallista local. Es una escultura que recoge la vinculación entre el dolor humanizado de la Virgen y la muerte divinizada de Cristo. En las actas municipales de Benavente se señala el “…sueldo del entallador para la imagen que Nuestra Señora que se hizo para San Lázaro”.

La Piedad
Iglesia de San Juan del Mercado.

"Según Muñoz (1982), procede del convento de los Jerónimos, y fue trasladada a San Juan tras la Desamortización. El mismo autor dice que el 30 de Abril del año 1718 fue trasladada la imagen desde los Jerónimos hasta el convento de Sancti Spíritus para hacer rogativas "por ser universales los clamores de los labradores y verdaderas las causas, debido a la gran sequedad".
Ya en San Juan, se sacaba en procesión en la Semana Santa, según se dice en el "Programa y Guía Industrial" que publicó el Ayuntamiento en el año 1947, en un artículo sin firma titulado "Guía abreviada de su caudal Artístico y Arqueológico".


La Virgen aparece sentada ante la cruz sobre un montículo de piedras. Viste túnica asalmonada, toca blanca que permite ver el pelo y manto azul oscuro decorado con estrellas y orla doradas.
El cuerpo de Cristo se apoya sobre su rodilla izquierda, que aparece entre el brazo caído y su propio torso. La cabeza reposa sobre el brazo izquierdo de la Virgen, y las piernas se cruzan reposando sobre el paño con el que fue bajado de la cruz. La Virgen sujeta el antebrazo derecho de Cristo con su otra mano.
Esta posición del cuerpo de Cristo, unida al suave contrapposto del cuerpo de la Virgen, cuyas rodillas se mueven en dirección contraria al resto del cuerpo, en especial de la cabeza, y la estructura piramidal del conjunto, la preocupación por la belleza de la representación, el color de la túnica de la Virgen, etc, la convierten en una obra manierista de finales del siglo XVI o comienzos del XVII, que puede relacionarse con la Escuela de Valladolid." 


La Iglesia de San Juan del Mercado de Benavente.
Elena Hidalgo Muñoz. (1997)

El Yacente
Ermita de la Soledad.
Procesión del Santo Entierro. Viernes Santo.

“Parecía que estabas muerto porque me miraba tu rostro al pasar...”

Es obra de Pío Mollar. Data de 1930. Representa a Cristo exangüe, inerme, desvalidamente humano. Capta con acierto, en la línea del clasicismo renovado, la serena morbidez del momento. Hay un minucioso trabajo anatómico. Cristo aparece como descansando, con los ojos cerrados. Los sufrimientos de la Pasión se manifiestan por medio de llagas y heridas. Es un Cristo en el que aparecen recientes las huellas del suplicio, humanizado en su desnudez y amortajado para una noche lúgubre. Es un Cristo sin vida pero sin forma cadavérica, como corresponde a quien no va a ser objeto de corrupción. Se han cuidado los detalles anatómicos para acentuar su humanidad. El rostro caído hacia atrás y levemente inclinado a la derecha. La boca entreabierta evidenciando la expiración, el último hálito de vida. La carnación está muy lograda mediante una gama de ocres tostados. Se aplican matices cárdenos en torno a las magulladuras y heridas, pero también el rostro y marcando los venales. Las piernas se representan arqueadas levemente y el esternón acusando los costillares. El cabello largo se deja caer en finas guedejas. La barba muy conseguida como formando cornezuelos.
Representa la escena la culminación de la celebración mística de la muerte de Cristo. Un tránsito entre lo divino y lo humano. Porque la muerte se hace aquí casi palpable y supone un ejercicio de reflexión ante lo incomprensible de la existencia humana.

Nuestra Señora de la Soledad
Ermita de la Soledad.
Procesión de la Santa Vera Cruz. Jueves Santo.

“Manos blancas que tiritan, manos blancas que palpitan, manos de la Soledad...”

Obra del primer tercio del siglo XIX. Atribuida a Alejandro Gamallo. La imagen se complementa con una cruz desnuda, expresión de la soledad más intensa. Representa a la Virgen orante ante la cruz vacía, apostada ante la cruz “inmisa”. Sola y desamparada en un gesto de intima tristeza. Sustituyó a una de las imágenes denominadas “de devoción”, que vendría procesionando desde comienzos del siglo XVII, en que arraigó su devoción en Benavente. Hasta tal punto que con los años pasaría a dar nombre a la hasta entonces Ermita de la Veracruz que pasaría a conocerse como de La Soledad. Dicha imagen debió resultar destruida, como el resto de las imágenes que aquí se albergaban, durante la ocupación de la ermita por las tropas francesas entre 1808 y 1813. Durante siglos la devoción a la Virgen de la Soledad ha encarnado los sentimientos de piedad y amor de todos los benaventanos, siendo sacada en rogativa en momentos de calamidad pública. El manto que luce en las procesiones, bordado exquisitamente, fue adquirido en 1943.

La Santa Cruz
Ermita de la Soledad.
Procesión de la Santa Vera Cruz. Jueves Santo.


Es el paso insignia de la cofradía de la Veracruz. Representa a la cruz inmisa o vacía. Se trata de una obra que presenta trabajos de ebanistería de un artesano local, de sobrios y escasos adornos, luce además remates de cantoneras y pomos plateados. Data de las primeras décadas del siglo XX, según diversas y sólidas informaciones fue donada por el conde de Patilla. Este hizo donación no sólo de la materia prima, dos troncos de nogal, cortados al parecer de entre los mejores de sus fincas. Éste quiso sufragar completamente la mesa y sus complementos. Las cantoneras y pomos plateados, fueron adquiridos a su costa fuera de Benavente. También sufragó el coste de los faroles originales que iluminaban y adornaban el paso. La obra es atribuida al artesano local Miguel González, aunque sobre ello no se ha localizado documentación que lo avale, es tradición oral el que salió de su taller. Ya avanzado el siglo se sustituyó la primitiva iluminación mediante la incorporación de apliques eléctricos al paso, que fueron realizados en los “Talleres Guerra”.

La Virgen y San Juan ante el Sepulcro
Ermita de la Soledad.
Procesión del Santo Entierro. Viernes Santo.


Obra de Ricardo Flecha realizada para la Semana Santa de Zamora. El grupo había procesionado en Zamora desde el año 1995 hasta el 2001. En el año 2002 se incorpora al patrimonio de la Semana Santa de Benavente. Recorre las calles de Benavente formando parte de la procesión del Santo Entierro, en la tarde-noche del Viernes Santo.
La escena representa a la Virgen y a San Juan ante el Sepulcro. María mantiene asida contra el pecho la corona de espinas, uno de los instrumentos de la Pasión, mientras San Juan la reconforta y sostiene en su desvanecimiento y tribulación. Las facciones duras del rostro del discípulo, de rasgos acusados y gesto entre adusto y melancólico, contrasta la mirada perdida y el gesto dolorido de la Virgen. La policromía es sobria, realizada a base de colores básicos y con ausencia de matices y motivos decorativos en túnicas y mantos, por el contrario presenta, tal vez, exceso en el empleo de barnices.

Nuestra Señora de las Angustias
Ermita de la Soledad.
Procesión del Santo Entierro con dosel negro. Viernes Santo.
Procesión del Domingo de Resurrección bajo dosel blanco.

“Danos la gracia de encontrar a María, Nuestra Madre, en el Viacrucis de la vida.”

Imagen atribuida a Alejandro Gamallo del primer tercio del siglo XIX. A finales del siglo XIX se incorporan a la Semana Santa castellana elementos foráneos de otras regiones, muy al gusto de la burguesía finisecular. En la línea de la estética andaluza se entroniza a la Virgen bajo dosel de barras doradas, con gran aparatosidad de túnicas y mantos ricamente bordados. Es precisamente en dicha época cuando comienzan a adoptarse recursos barroquizantes y efectistas que aportan una nueva estética a las procesiones.

Cristo Resucitado
Ermita de la Soledad.
Procesión del Domingo de Resurrección.

“La luz cuelga de tus vestidos, por tu piel baja el día. La esperanza crece por tus huellas...”

Esta imagen se encuentra en la línea de adaptación a una iconografía modernizante. Representa a un Cristo triunfante sobre la muerte. De ajustada anatomía presenta la imagen un rostro idealizado e intemporal, que infunde sosiego e irradia luminosidad.
La imagen de Jesús Resucitado parece emerger y levitar, abriéndose paso entre las losas del sepulcro y los lienzos del sudario, testimonialmente simbolizados en la base del sepulcro. Los miembros inferiores se representan cruzados dejando ver las heridas de la crucifixión, mientras que porta en su mano izquierda la Cruz, símbolo de la salvación. La mano derecha se extiende sobre el pecho, mientras que del brazo derecho pende a modo de túnica uno de los extremos de la mortaja.

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EL MARCO MONUMENTAL

Como cada año las calles de Benavente se convierten en escenario improvisado por el que desfilan las procesiones. Un retablo didáctico en el que el pueblo se hace partícipe el sacrificio de Cristo. Iglesias románicas, fachadas renacentistas, rúas medievales y plazas recoletas, sirven estos días de marco privilegiado para sentir y hacer sentir la belleza. La Semana Santa realza los valores espaciales de la ciudad.

Nuestro Templo Mayor, la Iglesia de Santa María del Azogue, con sus cinco ábsides de austero románico, son en estos días más que nunca una oración convertida en piedra. Las luces convierten al templo en un ascua de oro que ilumina el fondo oscuro de la noche.


La fachada del Hospital de la Piedad se semeja a un gran tapiz bordado en piedra, donde la figura central es la “Mater Dolorosa” que sostiene al Hijo en el regazo, tema preferente y reiterativo en los templos y ermitas benaventanos. Por unos instantes el silencio de la noche primaveral parece transportarnos a un Benavente medieval, de gremios y cofradías y seculares costumbres hoy perdidas, como la de situar un cofrade a la puerta del Hospital de la Piedad durante la procesión de Jueves Santo, para pedir por la salud pública de la villa.

Es como si los ecos de los salmos y letanías del vecino Convento de San Francisco, reiterados durante tantos siglos, perdurasen y llegasen aún sonoros y penetrantes hasta nosotros...

EXPECTADORES Y PARTÍCIPES

Hay en estos días una búsqueda sencilla de Dios en lo que está más cerca del hombre. Esculturas y pasos son una expresión del dolor y la tragedia. Pero son las imágenes llamadas de devoción las que más suscitan la piedad del creyente. Hacia ellas miramos en los momentos difíciles y en las horas de aflicción: Santísimo Cristo de la Salud, Nuestro padre Jesús Nazareno, Nuestra Señora de los Dolores...

Profundas creencias y devociones que se trasmiten de generación en generación. Imágenes que componen las bellas estampas de la religiosidad popular.


La función de las procesiones es trasmitir el sentimiento religioso al pueblo sencillo, representando un guión que en esencia es siempre el mismo: El relato evangélico de la Pasión. Se trata con ello de armonizar el mayor realismo del dolor con la versión evangélica de las últimas horas de Jesús.

El pueblo apostado en calles y plazas espera paciente el paso de las imágenes. Hay en ello unos ojos expectantes y una ciudad que reza.

SONIDOS

Tiene la Semana Santa sus propios sonidos. Sonidos particulares como los de los sayones que con túnica negra anuncian al pueblo el paso de Cristo a la Cruz. El del quejido lastimero del cuerno trompetero, que como reminiscencia de los antiguos pregoneros de la villa convoca a los cofrades en la madrugada del Viernes Santo. Sonidos y clarines que anuncian pacíficas mañanas o efectúan sus toques rituales a la entrada de los paso en el templo. Trompetas que parecen gemir...

Los tambores rompen el silencio de la noche con sus acompasados redobles. Carracas y matracas preludian la muerte de Cristo o anuncian las “Tinieblas”. Los sonidos de las campanillas abren algunas procesiones como recordando el paso del viático. Las bandas de música impregnan el aire con sus marchas fúnebres. Masas corales entonan sentidos y profundos misereres. La música forma parte inseparable de todo el decorado escénico, recreando y rememorando el punto clave del dogma cristiano: La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.


Hay sonidos peculiares, inconfundibles de la Semana Santa, como el bisbiseo de las oraciones y plegarias de los devotos que acompañas a las imágenes. El canto de letanías y misereres. El ruido de las cruces que arrastran los Nazarenos. El repiqueteo de las varas en el pavimento. Son los sonidos del pueblo!. Son los sonidos de nuestra Semana Santa!.

PENITENTES

La Semana Santa de Benavente tiene mucho de resabios medievales. De penitentes y de mujeres pregando detrás de las imágenes. De Cristos hieráticos y agonizantes, de Nazarenos arrastrando pesadas cruces por pinas cuestas y calles angostas. Hubo un tiempo en que la Cofradía de la Veracruz hacía una función de disciplinantes el Jueves Santo. Un tiempo en el que también se hacía sublimación del dolor y la penitencia como medida de salvación. Hay costumbres seculares en cambio que perviven, como la procesión de amanecida del Viernes Santo, en que los cofrades imitan los pasos dados por Jesús en su Pasión. Con la cruz a cuestas y los pies desnudos guían simbólicamente sus pasos hacia el Calvario haciendo oración en sus estaciones.


ANÓNIMO

Hay también mucho esfuerzo anónimo en la Semana Santa. Desde el cuidado de los ropajes litúrgicos y los mantos procesionales, pasando por el mantenimiento de los aspectos externos, la indumentaria, los bordados de los mantos, el cuidado de las túnicas, los estandartes y símbolos. No se puede olvidar la floristería que enriquece la estética de los pasos, la colocación de tulipas y focos, la compostura de faldillas y lienzos. Sin olvidar tampoco el acondicionamiento, limpieza e instalación de las imágenes en sus mesas y andas.


CARGADORES

Son muchas las personas que con su esfuerzo contribuyen al esplendor de estos días. Esfuerzo también físico. Se transmiten los puestos en los banzos como una herencia y obligación o compromiso familiar. Son vínculos entre las imágenes y sus fieles a veces muy profundos. En parte se mantiene hoy en día esta antigua de portar y acompañar las imágenes. Se requiere un andar coordinado, un caminar acompasado para dar más realce y emoción al momento. Hay todo un saber portar las imágenes e incluso un saber bailar los pasos. Braceros y costaleros ponen sobre sus hombros durante la Semana Santa las andas de nuestras cofradías. Son porteadores también de un mensaje de fe y de esperanza.


COFRADES

La Semana Santa supone también una búsqueda y participación colectiva canalizada por medio de cofradías y hermandades. Son éstas las custodias y transmisoras de un rico y antiquísimo patrimonio cultural (costumbres, imaginería, ornamentos, historia, etc...): Las cofradías no nacieron ayer, son asociaciones de fieles creadas para dar culto a la Pasión y Muerte de Cristo.

Cada cofradía tiene su función y su personalidad dentro de la Semana Santa, fruto de su dilatada historia. Hay mucho de vivencias compartidas y de vínculos que permanecen entre los hermanos, de orgullo de pertenecer a una determinada cofradía. También hay mucho de esfuerzo, de preparativos y de organización, de cargos estatutarios con raíces antiquísimas: alcaldes caballeros, vigarios, cotaneros, hermanos mayores, etc. Toda una organización peculiar y particular, con peculiaridades costumbristas fraguadas por la tradición durante siglos.

Hileras de hermanos cofrades caminan en silencio, portando sus hachones. Es un silencio nocturno, un silencio serio y profundo. Tan sólo roto por el penetrante redoble de los tambores y el quejido de las trompetas, que parecen quebrar la noche. Es un silencio que viene de muy dentro, hondo y vibrante...


“Silencia el coro de los Santos.
Manda callar a los pájaros
Para escuchar el llanto de los hombres...”

Avanza la comitiva, las largas filas de cofrades se estiran, los caperuces que preservan el anonimato parecen deformar las figuras de los hermanos. Sus figuras destacan con toda nitidez en la alborada de Viernes Santo. Acompañan a Cristo camino del encuentro con “La Madre”.

EVOCACIÓN

La Semana Santa es también un tiempo para la evocación, para el recuerdo. Como olvidar las “Semanas Santas” de nuestra infancia cuando la primavera se enseñoreaba de Benavente, impregnando el ambiente de aquella ciudad tradicional y cristiana. En el recuerdo permanecen los oscuros paños, que como anuncio premonitorio de la Pasión cubrían las imágenes de altares y capillas. Los domingos de Ramos, inolvidables Domingos de Ramos con el estreno de los zapatos nuevos acompañando a “La Borriquilla”, agitando la palma o la rama de olivo y cantando junto a los niños de las parroquias. La procesión del Miércoles Santo cruzando las lóbregas calles en un estremecedor silencio o la ceremonia del “Juramento” en el viejo atrio de Santa María de Renueva.

Evocación de solemnes procesiones, con cofrades de morado y negro, caperuces enhiestos y túnicas aterciopeladas. Iniciadas con cruces parroquiales y banderas representando al mundo. De vibrantes sermones pronunciados por eminentes oradores sagrados. De solemnísimos Viernes Santos. Semanas Santas de cientos de cirios chisporroteantes en los Monumentos de las Iglesias y Capillas. De perfumes de flores exhalando aromas ante el Tabernáculo, de olor a incienso y a cera. De obligada visita a los templos para haciendo “las Estaciones”. Impresiones y vivencias que permanecen en el recuerdo..., como otro poema plástico de nuestra Semana Santa.

FUTURO Y ESPERANZA

Nuestra Semana Santa viene semejarse también a la savia que circula por las venas de este “viejo olivo centenario” que son las cofradías de Benavente. Un olivo con más de cuatrocientos años en sus raíces. Las nuevas generaciones de cofrades proseguirán la tradición y continuaran los pasos emprendidos por sus antepasados. Cada primavera nuevos brotes, nuevos retoños reverdecen sus viejas ramas. Los hermanos preparan con paciencia y esperanza a los artífices del futuro.


OMEGA

Y de nuevo como cada año estaremos de nuevo en las puertas de la Semana de Pasión. En un momento en que las ilusiones y esfuerzos de todo un año de preparativos volverán a verse plasmados en el fervor y esplendor de los cultos y procesiones. Mostrando de nuevo la vigencia y pujanza de unas celebraciones con más de cuatrocientos años de antigüedad.


¡Que la Semana Santa de Benavente conserve su espíritu original, de amor a Jesucristo y voluntad de humanizar la sociedad!.

Juan Carlos de la Mata Guerra